Lunes, Julio 08, 2024
   
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Mi infancia son recuerdos de una barrio llamado ‘De los cordobeses’

(A la memoria de todos los emigrantes cordobeses, granaínos, almerienses…)



Artículo que ofrece Antonio Gómez Pérez dedicada a la popular ‘barriada de los cordobeses’.


Corría el año 1975 cuando la célebre ‘barriada de los cordobeses’, actual Barriada Peñarroya daba por finalizada su construcción, y esto sucedía en La Unión. A partir de este año se empiezan a ocupar las viviendas por obreros emigrantes de la ciudad minera cordobesa de Peñarroya Pueblonuevo. Mientras, estos habían estado alojados, gran parte de ellos, en la localidad vecina de Cartagena a la espera de su terminación. Entonces las viviendas que ocupaban estaban en alquiler sufragado este por la SMMPE.

Los que decidieron vivir en “estos lujosos chalets” , por entonces así calificados, tuvieron que renunciar al alquiler de la vivienda cartagenera. Algunos decidieron “hacer trampas”; hacían como si las habitasen pero en realidad su aparición por las mismas se limitaba a una o dos veces por semana al comienzo, e incluso alguna vez  se quedaban a dormir para disimular su ocupación, esporádica. Las denuncias se sucedieron por parte del resto de vecinos que veían  como algunos se habían acostumbrado a vivir en la gran ciudad con el deseo de hacerse con una segunda vivienda, de protección oficial, a un precio muy atrayente, 400.000 pesetas de entonces, 2404 euros de ahora. Y así fue, un servidor y su familia tomábamos el automotor de la FEVE en la estación de la plaza Bastarreche los fines de semana y nos veníamos a limpiar la que sería nuestra morada para siempre, a La Unión.

Cargados con la fiambrera y material de limpieza y teniendo por mesas cajas de cartón, tratábamos de hacer el adecentamiento oportuno de la vivienda para proceder a su habitabilidad, a su estreno; al atardecer, vuelta a Cartagena y hasta la siguiente semana. La muerte de Franco en ese año mientras alegró a muchos, a otros nos fastidió pues tuvimos que guardar el luto oportuno como jefe de estado demorándose el traslado de enseres contratado con Mudanzas Cartagena, desde la calle Juan de la Cueva hasta la calle que más tarde recibiría el nombre de calle Cartagenera de La Unión. ¡Qué horror y que miedo entonces; no había luz en la barriada y su situación geográfica distaba pocos metros de las “casas prefabricadas” o también llamadas “casas de los gitanos”, donde tuvimos que escuchar más de una vez fuertes discusiones, cantes, sirenas y algún que otro disparo!. Tendríamos que esperar tiempo para que se hiciera la luz y de qué forma. ¡ Fue espectacular, vecinos se echaban a las calles una hermosa noche de verano para observar el gran milagro – se había hecho de día, parecía de día “exclamaban los vecinos” paseando por las distintas calles como si de un gran acontecimiento fuera; y lo era-, ahora ya no tendríamos que decir que aquello era la “boca del lobo” y cuando nos cruzáramos con alguien tampoco diríamos: “identifíquese”!. Y la entrada, ¡qué bonita con sus tres farolas de pie!. Un recuerdo que nunca sería borrado de cuántos habitábamos entonces la barriada.

La vida cotidiana era la propia de una barriada de trabajadores: autobuses para llevar al personal a trabajar a la fundición de plomo de Santa Lucía, con sus tres relevos- mañana, tarde y noche, al comienzo ; en sus últimos días taxis pues ya era menos el personal que trabajaba a consecuencia de las jubilaciones-,  otros a trabajar a pie a la Maquinista de Levante al toque de sirena a la entrada y salida, otros ¡A cantera, a cantera Emilia!, recorrido urbano de autobús privado para los productores! y el resto, de los que trabajaban,  salían de sus casas en sus “dos caballos” por tener una posición más distinguida en la empresa.

La media de edad de estos emigrantes andaluces estaba en torno a los cuarenta años teniendo dos o tres hijos por familia. Tres años antes habían venido solos a buscar donde ubicarse, posteriormente lo harían junto a su familia. Es en este tiempo cuando muchos conocemos por primera vez el mar,¡ cuánta agua y qué grandes barcos!. Llegamos incluso a visitar dos buques de guerra el “Oquendo” y el “Canarias”, hoy ya desguazados y degustar magníficos bichos con patas en la célebre marisquería cartagenera “Bahía” y en la pulpería “Bar Taurino”. Todo un lujo de fin de semana.

La barriada fue construída por la empresa Peñarroya, rigiéndose esta como  cooperativa, sobre una superficie de 12.000 metros cuadrados  en terreno de su propiedad y que fue vendido a fondo perdido. Dúplex con tres dormitorios y cuarto de baño con bañera en la zona superior y abajo: salón de estar, cocina, aseo con plato de ducha , salita y patio en el que inmediatamente no se tardó en hacer lo que se llamaba la “cocina del patio”  había que manchar lo menos posible la “cocina de dentro”. En el exterior un pequeño atrio y jardín que años más tarde la gente convertiría en cochera o ampliaría la salita.
Poco era el ocio que existía por entonces; la mayoría de trabajadores quedaban tras la siesta, obligada por cierto para todos,  para ir a “jugar la partida” de cartas al “Garrote”, bar con techumbre de uralita y que hoy sobrevive al tiempo en la inmediación de lo que fue la antigua sala de fiestas La Carroza. Fin de la partida y vuelta a casa para estar con la familia y prepararse para la jornada del día siguiente, si era viernes, ¡ había que ver el “Un dos, tres”!.

Algunos de estos vecinos aprovechaban la apertura de la veda de caza para sacar sus mejores armas y sus perros como era el caso de: “El Coronel” y su hijo Rafa, “Porrete”, Paquillo, y Félix entre otros. Y mientras, los hijos: Rafalín, Luisito, Pepín, Antoñín, Anita, Inesita, Elenita, Antonio, Inma, Tania, Enrique, Manolín, Juan Pedrín…. a estudiar, a terminar la  EGB y más tarde al Instituto Nacional de Bachillerato de La Unión todavía sin el nombre de la escritora María Cegarra.

Esos hijos que los fines de semana lucirían sus mejores galas para ir a ver un programa doble al cine Moderno o a la discoteca La Carroza y tras la misma consumir una buena ensaladilla o una magnífica hamburguesa con “pan de toda la vida” en el bar El Vinagrero que les servía Antonio o Leandro, sus propietarios, o Tomás que por entonces trabajaba allí. Antes por la mañana las chicas andaluzas se adecentaban el pelo, haciéndose el famoso “rulo” ¡ja ja, qué arte en peluquería de entonces!; mientras, algunos privilegiados escuchábamos en nuestro radio casette “Sanyo” Radio Juventud de Cartagena y los éxitos del momento preparándonos para lo que sería la tarde noche festiva, eso sí antes de las diez, en casa.

Los pubs también eran lugar para frecuentar y así lo fueron: “Antes music bar” con Martín y Bernardo, “Osibisa”  con Juanjo y Cristobal, el “Escalón” con Manolo “El Viejo”, “Pecos” con Primi, el “Blue”, la cafetería del hotel Sierra Mar con Paco…..
La vida en la barriada de esos jóvenes quinceañeros se desenvolvía con tranquilidad y armonía. Buenas amistades y nuestra primera nochevieja allí fue celebrada, en una de estas viviendas previo permiso al presidente, estaba todavía sin habitar, sin luz y tuvimos que hacer un enganche como de los que más tarde haría el ayuntamiento. También nos movería la cultura y los libros, es cuando decidimos comprarnos unos y fotocopiar otros la obra de Alfonso Sastre “Escuadra hacía la muerte”. A las puertas de una de las viviendas, la de Adolfo, ensayábamos algunas noches. El tiempo nos hizo integrarnos con el resto de jóvenes de La Unión, teniendo como enlace a Antonio Gutiérrez ”El Guti”. Es a partir de este momento cuando comenzamos a participar en la vida activa unionense: creación del club Atticus, elaboración de carrozas para las fiestas, participación  en desfile de modelos o la colaboración con el festival del Cante de las Minas en las dos últimas ediciones en la terraza Mery.

La barriada estaba constituída por una junta directiva y se regía por unos estatutos a cuya cabeza estaba el presidente, mi padre Manolo Gómez que lo fue durante muchos años terminando cediendo los viales al ayuntamiento aunque ya se habían hecho varias actuaciones; se decía entonces que era una barriada privada y que el ayuntamiento no podía intervenir en ella a no ser que la propia cooperativa cediera los viales al consistorio. Eran tiempos para embellecer aún más la zona y tratar de buscar buenos contactos que contribuyeran  a la mejora aparte de la empresa Peñarroya, no faltaba en este menester el funcionario Santiago Guillén que junto al alcalde Antonio Sánchez Pérez colaboraran aún más en su enaltecimiento.
En otra fase se procede a hacer parterres, ajardinar y plantar arbolado sobre perímetro de la misma con la correspondiente red de agua para el riego de las plantaciones de las cuales sobreviven: los cipreses, adelfas y árboles de hoja caduca, que el otoño nos recuerda que están vivos y que hay que proceder a su poda . Esto hacía que fuera un lugar idílico dentro del municipio minero; mucha gente venía a pasear por la misma por lo bonita y limpia que estaba.

También se colocarían bancos alrededor; estos serían retirados años más tarde por los vecinos porque muchos jóvenes se instalaban en ellos de forma continuada y acabarían perturbando la paz del vecindario.

A las calles había que nombrarlas y qué mejor que obsequiar a los cordobeses con nombres de cantes mineros, así aparecen las calles: Cartagenera, Minera, Murciana Malagueña, Taranta, Verdiales….ampliándose dichos nombres más tardíamente a las calles de la Barriada La Cartagenera que se construiría junto a la misma.

Ante tal trasiego de vehículos, hubo alguno en concreto que circulaba a más velocidad de lo debido a pesar de que nunca existieron discos de limitación de la misma, perdón ahora sí, no más de 30,  para lo cual se levantó lo que la gente mayor llama “un guardia muerto” justo a la entrada. El infractor, no multado, un día bajó de su coche y empezó a picar para derribar ese obstáculo que le hacía frenar. La huella de tal acto quedó en el lugar como si de los tiros del 23 F se tratara.

Las noches de verano en la barriada eran espectaculares, ya con luz, sillas en la calle y mesas que sacábamos de nuestros hogares para jugarnos las partidas a la “cuatrola” o al “dominó” o echarnos buenas conversaciones hasta que el chisteo de algún vecino nos mandaba silencio; no existía el aire acondicionado y el levantamiento de una persiana suponía un aviso que había que respetar. Más de una ocasión nos adentrábamos en la madrugada; eran otros tiempos, era el whassap de los ochenta.

El intento golpista del 23 F nos hizo refugiarnos en los dúplex y una década después dejaron de llegar los autobuses a la entrada de la barriada para recoger a los trabajadores, la gran crisis de final de los ochenta y el primer trienio de los noventa trajo el paro y la jubilación de muchos que decidieron marchar a su ciudad natal vendiendo los inmuebles. Antes, desgraciadamente y a edad muy temprana nos abandonaría una gran mujer, mi madre, muy querida por todo el vecindario.

Los veranos, desde que las viviendas se habitaron , era la época para ir al pueblo, así se le llamaba a Peñarroya. Al pueblo, a la feria de agosto del Llano, la de Pueblonuevo o la de octubre, la de Peñarroya. De paso había que traerse los manjares característicos de la tierra: morcilla, entre ellas la morcilla lustre, la negra para el cocido y la roja picante que en un buen trozo de pan entraba que ni de gloria, aceitunas partidas aliñás o para aliñar con: vinagre, tomillo, sal agua, cáscara de naranja..los pequeños garbanzos, las alubias pintas o las pequeñas berenjenas en vinagre. De los caracoles, chupaeros, ya nos encargábamos aquí de recogerlos en las varas de hinojo y echarles la guindilla oportuna para que picaran y bebernos el caldito que previamente se servía bien calentito.

A la jubilación, una familia de vecinos, Feliciano y su hijo Félix, se encargarían de viajar en fechas navideñas para traer, la mayoría de veces por encargo estos productos típicos del pueblo al que otros, no de la tierra, se sumaban en la adquisición pero esta actividad en la barriada también cesaría. También los cordobeses recordarían una fecha muy importante para ellos, el 2 de febrero, día de la Candelaria o día de las candelas.

De la barriada saldrían dos reinas de las fiestas del Rosario de La Unión: Elena e Inés y un campeón nacional de mecanografía, Rafael Naranjo.

Estos cordobeses no paraban de pensar y decidieron pedir permiso a la empresa para que en el terreno colindante, que hoy ocupa la barriada de La Cartagenera hicieran un foso para cambiar el aceite de los pocos vehículos que entonces eran propietarios; y  así fue, la pala la puso la empresa Peñarroya y la mano de obra los vecinos interesados. No pudieron conseguir el terreno para las cocheras que tanto ansiaban.

Siempre se respetaron los colores originales de las sesenta y siete viviendas, el rojo y el blanco. Ese rojo que había que hacer con una mezcla de polvos comprados en ferretería José Ángel y que había que añadirle un bote de adherente porque si no nos manchábamos, alguno al principio no cayó y sí aquellos que llevaron sus ropas o manos coloreadas. Más tarde estas mezclas de laboratorio se suprimirían por su color y adherente incluídos en el mismo envase.

A finales de los años 90 del pasado siglo se procede a un abandono progresivo, no muchas inversiones se realizan en la misma: asfalto en el año 1998, colocación de cartel con placas cerámicas que nombraba a la barriada y que tras ser destruído nunca llegó a reemplazarse, colocación de farolas cordobesas -así rezaba el proyecto en el jardín lateral izquierdo de entrada- , cambio de luminarias a finales de 2014 y recientemente tras años de abandono se ha procedido a la limpieza y poda del entorno, entrada. Las viviendas han cambiado la estética y el color, ya no coincide con el original, los jardines no se les mima como entonces; parece que ya no se siente como parte de uno. Las familias, la mayoría ya no son todas cordobesas aunque perviven todavía algunos herederos. Ahora conviven junto a ellos familias de origen árabe y de raza gitana.

Si hoy la barriada es visitada es porque en una de las viviendas, la de Rafael Naranjo, en la calle Verdiales se instauró un bar, “El Naranjito” a comienzos de los años 80 y ha pasado a formar parte de los lugares más visitados de la hostelería unionense por su cantes y por el cochinillo en adobo, tapa típica andaluza . Es frecuentado por personas de todas las edades, principalmente jóvenes.

En esta barriada vivieron paralelamente a los cordobeses otras familias que tuvieron, tuvimos la suerte que residieran en aquellas viviendas sobrantes de los que renunciaron a habitarlas en un principio. Caben nombrar a Antonio López Blanco, quién fue director de la banda de música de La Unión actuando con la misma en  1.969 en el Cante de las Minas y que estuvo casado con una belmezana, Adela, y Antonio Varón y Paquita , facultativo de minas natural de Guadix el primero, y de Garruchas su espléndida mujer, magnífica vecina. ¡Qué suerte haberos tenido a todos, por eso hay que buscar el momento para el recuerdo y este no es malo!.

Hoy han transcurrido 41 años desde aquella “invasión de cordobeses”, a aquella hermosa barriada; antes ya habían arribado otros pero se distribuían por el pueblo en calles adyacentes a Andrés Pedreño como el caso de la familia de Manolo Barón, Miguel Muñoz, Villarreal, Antonio Fuentes, Castillejo,  José María “El Pía”, Tejedor, Hnos. Sosa……. También Portmán fue lugar de acogida para una buena población de los mismos como mis suegros Paco y Antonia, procedentes de Bélmez, ciudad que dista de Peñarroya siete kilómetros, la familia Vázquez García, Tomás Vázquez y su esposa Francisca Grima…

Hoy se observa el deterioro y también se hace presente la nostalgia de buenos momentos, encuentros y el recuerdo de la inauguración de la misma un 11 de diciembre de 1976 por Federico Gallo Lacárcel, gobernador civil de Murcia y Antonio Sánchez Pérez , alcalde de La Unión en esta época, en la que los vecinos sacaron sus mejores adornos florales para engalanar las calles y para que el sr. gobernador cortara la cinta y otorgara el distintivo por ser una barriada ejemplar en donde la limpieza era notoria; eran otros tiempos, nos sentíamos propietarios de las calles y, ¡qué Dios librara a aquel de tirar un papel, una colilla .....o escupir ante su puerta!.

Hoy se echa en falta a aquellos cordobeses emigrantes que llegaron a esta tierra y que ya con el paso del tiempo no se encuentran entre nosotros. Su ausencia se nota. Unos con la jubilación decidieron marchar a su tierra natal , otros se quedaron y hoy descansan en la ciudad que les acogió. Sé que muchos vais a leer estas líneas y que os van a traer gratos recuerdos como me sucede a mi. Espero que algún día se sepa recompensar, reconocer a esta gente de bien y a toda una cadena de descendientes que contribuyeron a enaltecer aún más  esta tierra con trabajo y esfuerzo. Muchos son los aspectos que unen a ambas ciudades Pya. Pueblonuevo y La Unión, La Unión y Pya. Pueblonuevo:  sus fiestas, su patrona, la minería, su cante,  sus museos, su paisaje…..y como no, sus gentes. ¡Ahí queda eso!

Me he permitido hacer un listado, seguro que dejo en el olvido a muchos, la mayoría no están entre nosotros pero forman parte de la historia, una historia que debe empezar o retomarse en el momento que vean la luz estas palabras.

A la memoria de Manolo Gómez y Antonia, Aguililla, Montanero, Calatrava, Félix y Joaquinillo Gallego, Urbina, Manolo Mojares y Juana, Gregorio y ‘La Morena’, Ricardo ‘El Practicante’, Manolo y Antonio Cabanillas, hermanos Jurado, Félix y Paula, McDonald, Naranjito y Pilar, Dionisio, Joaquín, Benavides, Veridiano, Gabrielillo, Castillejo, Peña, Valdivia, Juanillo, Feliciano, ‘Paquillo’, ‘El Jardinero’, ‘El Coronel’, ‘Porrete’, ‘El Colorao’, ‘El Trompeta’, ‘El Pepón’… y tantos otros que dejaron su huella en esta ciudad unos que llegaron antes y otros después, como sucedió con los que habitaron en el llamado “barrio de los cordobeses”.

A todos ellos, ellas, familias descendientes y emigrantes andaluces van dirigidas estas palabras
Un cordobés más. Antonio Gómez Pérez.

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